Eran niños y la fiesta del pueblo.
"Robaron" una rueda de fuegos artificiales y se fueron al barranco a quemarla, y la quemaron, y la pólvora se llevó una mano y un ojo de Domingo.
Dominguito quedó manco y tuerto con 14 años, y después de muchos meses de hospitalización y transfusiones salió a la vida y luchó.
Una mano amiga le buscó trabajo de celador en un organísmo oficial hasta que quedó sin visión del otro ojo y con una hepatitis C, fruto de las transfusiones sanguíneas de aquellos años.
Pero siguió luchando, siempre con su eterna sonrisa.
Su hermana quedó viuda y él adoptó a sus sobrinos y los trató como si fueran sus propios hijos.
A Domingo le llegó la hora de dejar esta vida, tan difícil para él, pero allí, a su lado, estaba su familia y todos los amigos que le querían, que eran muchos, porque Dominguito se dejaba querer.
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